Un poeta en cabi
Pensaba en si es correcto o no el título que, después de darle muchas vueltas, resolví darle a esta suerte de presentación, la primera crónica de mis Crónicas del Cabify, que voy a empezar a publicar acá en el sitio. Yo hubiese preferido ponerle “intelectual” y no “poeta”. E intelectual, no en el sentido del que viene a dar cátedra o a explicar el sentido final de la vida porque cree que se las sabe todas, sino más bien en el sentido de aquél que aplica —o al menos intenta aplicar— el intelecto a su tarea diaria, a la actividad común y superflua que desarrolla todos los días; y que trata, a partir de pensar esa actividad, de reflexionar sobre ella, de extraer de ahí algún tipo de conocimiento o sabiduría. Pienso, por ejemplo, en Hesíodo, el poeta griego que a partir de trabajar la tierra en la pequeña granja que le dejó su padre pudo escribir Los trabajos y los días. Sin embargo, al titular borré “intelectual” y puse “poeta” en remplazo. ¿Por qué? Porque Hesíodo fue un intelectual y un sabio, pero al usar la intuición y la inspiración, fue también un gran, un enorme poeta. Y porque pensaba en aquella barwoman que en un pub de Palermo, en los lejanos dos mil, me arregló de arriba a abajo la vida mientras yo y mi amigo Martín nos bajábamos siete u ocho shots de tequila Cuervo cada uno. Y a pesar de que esto último imposibilitó que yo sacara el mejor provecho de los consejos que esa chica me dio (después del séptimo shot ya no recordaba siquiera cómo volver a casa), sé que esos consejos, si no fueron los mejores, por lo menos tocaban las teclas correctas del piano que todos llevamos dentro y que hubiesen armonizado mejor mi vida de entonces. Esa barwoman —cuyo nombre no creo poder recuperar— tenía un conocimiento casi ancestral sobre las relaciones humanas y hubiese podido escribir un libro si se lo hubiese propuesto. Pero su conocimiento no provenía solamente de largas noches de atender borrachos y oír sus comentarios y problemas —que es lo que le daba la experiencia sobre la cual basar sus conjeturas—, sino que, como Hesíodo, a la hora de dar sus buenos consejos, ella ponía en práctica, además, su intuición, su mejor entender sobre los temas concretos de alguien en particular. Porque, digamos la verdad: los consejos generales no sirven a nadie. Pienso que ella se conectaba con algún tipo de fuente de conocimiento ancestral, con algún tipo de inspiración que la hacía decir cosas que venían de otro lado, como hacen los poetas como Hesíodo. Ella daba consejos en particular, destinados al individuo real que tenía enfrente, y era eso lo que los convertía en certeros. Se valía también del arte de la interpretación, no sólo de las necesidades sino de la psiquis de su interlocutor; y de una síntesis casi oracular, epifánica, que utilizaba para englobar todo en un consejo casi profético de una o dos frases, todo lo que es muy propio de los poetas.
Intentaré en estas crónicas emular un poco a Hesíodo y un poco a aquella barwoman de nombre irrecuperable. Intentaré ver más allá de las palabras, de los gestos, de los signos, de los símbolos. En mi caso, voy a hablar desde la perspectiva de una profesión muy común, que es la mía: soy chofer. Sin embargo podemos espolvorearle por encima un poco de glamour y mencionar el nombre moderno que tiene hoy día esta tarea. Podríamos decir entonces que soy un “conductor de aplicación”, una clase muy particular de driver.
Pero primero es lo primero. Corresponde presentar ahora a mi montura, mi fiel compañero de aventuras, mi auto, que se llama Money. Aunque yo le digo Many, así, argentinizado. Le puse así porque se supone que Many debe proveerme los dólares necesarios para vivir en un país en el que no se puede vivir con la moneda local. Sobre todo después del cierre de los negocios durante la pandemia, incluido el mío. En este contexto, Many viene a sacarme las papas del horno. (Si es que puede). Yo confío en que sí, tengo todas mis esperanzas depositadas en él. De última, me basta con que me saque del horno a mí, y que las papas se quemen.
Me gusta describir a Many como lo que en verdad es, más que un auto, un caballo: Many está manchado por completo de blanco y negro. Tiene dos enormes ojos amarillos que te iluminan con su sola presencia. Tiene cuatro robustas patas negras dispuestas zapatear en charcos y a trepar por donde sea. Con ellas se desliza suave y veloz como el viento sobre cualquier superficie. Tiene un corazón noble que es puro fierro. Tiene amplio espacio de almacenamiento es sus alforjas. Por si fuera poco, tiene una sobremarcha que nos permite, con muy pocas bolas de pasto, cabalgar kilómetros y kilómetros de pampa húmeda sin detenernos para nada. Many es lo más.
Nuestro trabajo consiste en llevar empresarios a sus reuniones de negocios a ver si se deciden a invertir en el país. Aunque este tipo de viajes se dan muy poco. La mayoría de las veces llevamos madres (con chicos y suegra) a los turnos del doctor. También llevamos mitades de parejas a reunirse con su otra mitad. Aunque a veces llevamos la mitad rota de una pareja a buscar una mitad que reemplace lo que sea que se haya roto en esa otra mitad. Y a veces esas mitades encajan entre sí y a veces no. Organizamos tours de recolección de niños por los colegios de la zona norte para madres apuradas por volver a casa a terminar de ver su serie preferida en Netflix. Llevamos futbolistas famosos a concentrarse (todavía no sabemos bien en qué). Rescatamos adolescentes de las casas de sus amigos y los devolvemos a las casas de sus progenitores o responsables. En general, también llevamos adolescentes a toda clase de clases. Como clases de música, de idiomas, de natación, de yoga, de actuación, y muchas otras. Pero no llevamos políticos de ninguna clase. Llevamos chicas de Once a las cafeterías de Belgrano y viceversa. Salvamos turistas de un robo seguro en La Boca, y salvamos hinchas de River de una paliza segura por parte de los hinchas de Tigre en la autopista a Tigre. Llevamos abogadas que van litigando contra cada una de nuestras frases, incluidas mi madre y mi hermana. Damos servicios de emergencia para niños que se han roto uno o varios huesos. Llevamos gatos y perros al veterinario, acompañados por los dueños, que también se comportan como gatos y perros. Organizamos giras para bandas de música o para sus instrumentos. Llevamos mujeres, de mediana edad, que ya no creen en el amor, y mujeres, también de mediana edad, que todavía creen en el amor. Llevamos masa para pizza de la sucursal centro de una pizzería, a la sucursal de Adrogué o Martínez de la misma pizzería. Llevamos chicas que van de la casa del novio a su casa contándole por teléfono lo bien que acaban de pasarla con él. Llevamos chicos y chicas que van llorando tirados en el asiento trasero por algún problema con otros chicos o chicas. Y también chicos y chicas que van alegres en el asiento trasero porque no tienen ningún problema con otros chicos o chicas. Llevamos mujeres calladas que van gimiendo en el asiento trasero por motivos desconocidos. Llevamos mujeres parlanchinas que van despotricando contra el mundo y sus choferes. Llevamos chicas esperanzadas en el currículum de su carpetita blanca hasta la puerta de ingreso a su primera entrevista laboral. Y llevamos gente a una interminable lista de etcéteras y etcéteras.
En fin, llevamos todo tipo de gente a todo tipo de viajes y por todo tipo de motivos. Y aunque algunos de estos viajes puedan parecerte ficticios, no es así. Many y yo podemos dar fe de que cada viaje existió, existe o existirá en un futuro. A todos nuestros pasajeros intentamos darles lo que entendemos que necesitan, lo que podemos leer en las cosas que nos cuentan. No quisiera decir consejos porque dudo que lo sean. A lo mejor es una frase corta, a lo mejor nada, porque no pudimos leer nada. Pero ésa es la idea de estas crónicas: contar eso que sucede entre dos desconocidos que se ven obligados a compartir el mismo espacio durante algún tiempo —que puede ser breve o más largo—, encerrados entre ellos o en sí mismos, compartiendo el mismo aire, la misma luz, el mismo paisaje, en síntesis: el mismo viaje; y que de alguna forma —aunque no se digan nada— se están comunicando.
Si por estos días pediste un Cabi, quizá el driver haya sido yo y te veas retratado en alguna crónica de estas. Si todavía no lo hiciste, andá pidiendo. Vas a comprobar que lo primero que te respondo cuando me pedís que te pase a buscar para hacer un viaje es: “yendo”.
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